28 oct 2009

BASTARDOS SIN GLORIA

TARANTINO COMO GÉNERO


Cuando un director pasa a las ligas mayores, se transforma en un género en si mismo.
Desde Allen a Scorsese, pasando por Kubric, incluso Anderson o Gondry, todos tienen algo en su mirada que delata de inmediato que se trata de ellos.
Esto es una virtud y también un riesgo. Se cae mucho en la autocomplacencia y el relajo de búsqueda de nuevos recursos, la repetición y el autohomenaje.
Si bien en "Bastardos" no alcanza a pasar todo lo anterior, no se puede desmentir que la película no es pareja. Parte como avión, sigue como fórmula uno, se detiene como bicicleta, en un momento pareciera tirada por una yunta de bueyes y cierra arriba, como una gran ópera. Una tragedia griega de proporciones épicas.
La metáfora de la víctima que ahora quiere sangre, el dominio judío sobre la industria y las batallas que realizó con igual o mayor virulencia a lo largo del tiempo (nunca condensadas como la maldad del holocausto, pero con tantas o muchas más víctimas a lo largo de la historia reciente) es, simplemente, brillante.
En eso no falla nada.
Sin embargo, hay algo en el salpicón de recursos que no terminó por dejarme helado como si lo hizo Kill Bill 1 y 2. Como si en el story todo hubiese estado tramado en "grandes momentos" y "buenas ideas" por sobre la "sensación general".
Sigo abogando por Tarantino como uno de esos personajes modernos genio - showman. Jackie Brown fue una de sus grandes películas y también de las que menos comprendió el público.
Esta vez, la mezcla de matiné con gran película da la sensación que Bastardos gana por insistencia, creatividad en la historia y locura en la cinta más que por la prolijidad tarantinesca que tanto adoramos.
La secuencia inicial es para llorar y la final para salir del cine pensando "y porque diantres no he hecho una película?"